En los peores momentos, en esos en los que necesitas vomitar todas tus palabras, tus frustraciones, pegar un puñetazo a la pared, derramar todas las lágrimas guardadas... en esos momentos son en los que necesitas a alguien que te sujete la cabeza, que te cure la herida del golpe, que te ofrezca un pañuelo. Durante un tiempo pensé que nadie sería capaz de aguantar tales cosas con paciencia. Creía que los amigos a esta edad solo eran acompañantes de la diversión. Había tenido mil amigos, muchos de ellos los conservo todavía con mucho orgullo.
Sin embargo, ayer me derrumbé. Necesitaba algo seguro. Sabía que lo que iba a tener asegurado en ese momento era el consuelo de una amiga. Y le llamé, y le confesé todo desde el principio hasta el final, y ella me escuchó y estuvo ahí.
En una temporada pensé que su amistad ya no valía la pena, nuestros destinos se separaron por un tiempo y, finalmente, se volvieron a juntar.
Ahora me alegro más que nunca de eso. Me como mi orgullo, mis palabras de aquellos días. Porque desde que vuelvo a ir con ella me siento más completa, segura, diferente. Di mis grandes pasos cogida de su brazo, y así pude disfrutar de un fantástico verano. Mañanas, tardes, noches, madrugadas... siempre estuvimos juntas.
Gracias a ella conocí el mundo con una visión liberal, y eso es lo que me gusta. Gracias a ella, ahora sé que puedo confiar en alguien sin ninguna duda.
No creo que leas esto, pero quiero que sepas que no voy a dejar que pase lo que ya pasó una vez. No permitiré que el amor ataque a la amistad en ningún momento. No dejaré que todos nuestros recuerdos pasen a ser basura. Porque eso es lo que me hace sonreir en los peores momentos.